Delfos, o el centro del mundo (Omfalos)
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Según el mito, Zeus, queriendo hallar el centro de la tierra, dejó dos águilas para que volaran desde los dos extremos del mundo y se encontraron en Delfos.
Los dioses se esmeraron al crear este lugar, el paisaje, la luz, todo contribuye a que los griegos clásicos pensaran que en este lugar estaba el “ombligo de la Tierra”.
SITUACION
El santuario se sitúa en la ladera de las Rocas Fedríadas, a una altura entre 500 y 700 metros y próximo al monte Parnaso, cuya cima está al NE, y al golfo de Itea al SO, dentro del golfo de Corinto. El espléndido paisaje está adornado con una abundante vegetación de pinos y encinas (típica vegetación mediterránea), que cambia de color al compás de la luz del día.
HISTORIA
Desde el segundo milenio se venera en este lugar a una divinidad, primero a Gea (la Tierra) asociada a su hija Témis. Al lugar lo llamaban Pitó. El oráculo estaba en una cueva cuya entrada guardaba la serpiente macho Pitón, hijo de la Tierra, y la divinidad profetizaba por medio de una sacerdotisa (la Pitia). Hacia el siglo IX se impuso el culto de Apolo, que mató con sus flechas a la serpiente Pitón, por lo que hubo de purificarse. Hecho esto volvió a tomar posesión del oráculo en forma de delfín al que siguieron unos marineros cretenses, primeros sacerdotes del santuario, y quizá ellos trajeron el nombre
El santuario aumentó su prestigio y Cirra (hoy Itea), puerto por el que llegaban los peregrinos, comenzó a cobrar un fuerte impuesto. Esto provocó la Primera Guerra Sagrada (600‑590 a.C.) en la que una coalición de estados griegos atacó y destruyó Cirra. Tras la victoria se constituyó una Anfictionía (consejo religioso formado por nueve presidentes y quince consejeros) de doce tribus de Grecia Central que se encargaba de la intendencia del santuario y de la organización de los Juegos Pitios. Delfos tuvo el derecho a designar a la Pitia, dos sacerdotes de Apolo, dos profetas, cinco “hósioi” y el precio a pagar por el oráculo (pélanos).
El santuario llegó a tener prestigio internacional como muestra el hecho de que Amasis de Egipto y Creso de Lidia dieran cuantiosos donativos para la reconstrucción del templo después de haberse quemado en el año 548 a.C. La importancia religiosa derivó en poder político. No había ciudad ni gobernante que antes de iniciar una campaña o colonización importante no consultara al oráculo; por tanto se puede pensar, sin temor a equivocarse, que desde este santuario se dirigía gran parte de la política griega. Esto dio origen a conflictos.
En el año 448 a.C. los focenses ayudados por Atenas recuperan el poder en el santuario y esto provoca la Segunda Guerra Sagrada (448-446 a.C.) en la que Delfos, apoyada por Esparta, recupera su autonomía. De nuevo, entre los años 356‑346 a.C., los focenses ocuparon el lugar, pero fueron expulsados por Filípo II de Macedonia (Tercera Guerra Sagrada). Por úItimo, en el año 339 a.C., la Cuarta Guerra contra los locrios de Anfisa sirvió de pretexto al rey Filipo para aumentar su control sobre Grecia tras la batalla de Queronea (338 a.C.). Cuando el emperador Juliano el Apóstata (331‑363 d.C.) envió a consultar el oráculo, la Pitia dió su última respuesta,
“Diréis al rey: el vestíbulo ornado cayó a tierra,
Febo no tiene ya abrigo, ni laurel profético,
ni fuente que hable; el agua parlante se calló”
El 10 de enero del 381 d.C. Teodosio el Grande dictó el decreto definitivo para la destrucción de Delfos. Una comunidad cristiana construyó una basílica con los restos que aún quedaban en pie de los antiguos edificios.
Muchas ciudades y personajes fueron benefactores del santuario, entre ellos Cípselo, tirano de Corinto, que construyó el primer “tesoro”, Augusto, Adriano y los Antoninos, pero también hubo depredadores: Sila, Nerón y Constantino el Grande.
LITURGIA
En Delfos, Zeus hablaba a través de Apolo, y éste por boca de la Pitia. Al principio daba consejos sólo una vez al año, pero, al aumentar la clientela, lo hizo el séptimo día de cada mes, excepto los meses de invierno porque Apolo viaJaba a los Hiperbóreos (pueblo mítico situado “más alIá del viento del norte”). La Pitia era una mujer mayor de cincuenta años, que abandonaba a su familia, vivía en un edificio exclusivo para ella y vestía ropa blanca, símbolo de su carácter sagrado. Para su elección no se requería que fuera culta ni de familia noble. Una al principio, al aumentar la fama del oráculo, se elevó su número a tres. Entre los peticionarios de consejo se sorteaba el orden y después pagaban el “pélanos” y aportaban los animales para los sacrificios.
El día de oráculo la Pitia se purificaba al amanecer en la fuente Castalia, bebía agua de la sagrada fuente Casótide y recogía ramas de laurel. Un séquito la acompañaba al templo, y allí se sentaba en el trípode sagrado, que estaba sobre una abertura de la tierra.
El consultante era conducido al lugar de consultas, que estaba separado del lugar de la Pitia por un parapeto; escribía su pregunta o la decía a uno de los profetas, que la trasmitia a la Pitia y aquélla sin ser vista y en estado de trance por la masticación de hojas de laurel, el incienso y los humos, daba una respuesta con palabras extrañas y gritos incomprensibles, que eran transcritos por el profeta a versos hexámetros y entregados al consultante.
El dios nunca se equivocaba, sino quien hacía la interpretación de la respuesta, slempre enigmática y con frecuencia de doble sentido. Así Creso, rey de Lidia, consultó si ganaría la guerra contra los persas, y la respuesta fue: “Si Creso atraviesa el río Alis (frontera entre Lidia y Persia) será destruido un gran imperio”. Creso lo interpretó como una respuesta favorable, pero el imperio que se destruyó fue el suyo. En otra ocasión un soldado, antes de ir a la guerra, consultó y obtuvo esta respuesta: “irás vendrás muerto no serás”, que tiene dos interpretaciones según donde se coloquen las comas.
VISITA
En la visita a Delfos veremos muchas cosas, pero nos detendremos en la Fuente Castalia, monumentos del santuario y museo.
Fuente Castalia
El agua es el don más importante que ha dado la naturaleza a este lugar. En la antigüedad bastaba que hubiera una fuente para que se originara un culto local. El agua surge al pie de la roca Hiampeia y hacia el año 460 a.C. se talló un canal, que se recubrió con grandes placas, para llevar el agua a una cisterna que mide 6,5x1,5 metros. Cerca del nacimiento hay un pequeño pozo, también tallado en la roca, de 10x0,50 metros. Las bocas de la fuente probablemente estaban adornadas con cabezas de león o de gorgona. Cubrieron la roca con una pared de mármol hasta una altura de 2,50 metros. Más arriba, los nichos tallados se hicieron para colocar exvotos. En esta fuente debían purificarse la Pitia, los sacerdotes y los “hosioi” antes de entrar en el recinto sagrado.
Debido a los derrumbamientos de piedras, desde hace unos pocos años está prohibido el acceso a la Fuente Castalia por motivos de seguridad
Monumentos del santuario
El nombre tradicional del lugar es Marmariá, por los restos de mármol de los antiguos monumentos. Antes de comenzar el recorrido por la Vía Sacra podemos observar desde lo alto, o bajar a verlo de cerca, el santuario de Atenea Pronaia “la que está ante el santuario”, cuyo conjunto lo formaban ocho edificios y varios altares, todos ellos en ruinas.
El único edificio que tiene un pequeña parte erecta es la thólos (templo circular); es de finales del siglo IV a.C. Tiene un diámetro de 13,50 metros y su circunferencia estaba rodeada de veinte columnas dóricas al exterior.
Ya en el recorrido sabemos que había un total de noventa v cinco construcciones de diverso tipo, importancia y momento de construcción, entre los que abundan los “tesoros”, pequeñas construcciones en forma de templo en el que guardaban las ofrendas quienes las hacían.
Comienza la visita junto al ágora romana, donde seguramente comenzaba la Vía Sacra, que llevaba al templo de Apolo. Se pueden ver algunas columnas jónicas. Girando a la derecha se puede ver la reconstrucción del Tesoro de los atenienses. Es un templo “in antis”, contruido en mármol de Paros, con columnas de estilo dórico. Algunas de las metopas que adornaban su friso se pueden ver en el museo, y representan los trabajos de Heracles.
Un poco más arriba y a la izquierda de la Vía hay una roca, que era conocida en la Antigüedad como la roca de la Sibila (Pitia). Se creía que aquí se sentó la primera Pitia a profetizar.
Algo más arriba, adosado al muro de contención de la terraza del templo de Apolo, en el que se pueden leer unas ochocientas inscripciones, estaba el pórtico de los atenienses. Construido en estilo jónico, tenía 30 metros de largo y cuatro de ancho. Albergaba los trofeos tomados a los persas.
Girando dos veces a la izquierda nos presentamos frente al templo de Apolo. La última construcción de este monumento, muy dañado por los terremotos, se remonta al siglo IV a.C., pero la tradición habla de una sencilla cabaña, que fue el primer templo. El segundo templo, según el mito, fue construido por cera y plumas que Apolo envió desde los Hiperbóreos, y el tercer templo era de bronce. Pero realmente el primer templo del que tenemos vestigios, el templo arcaico o templo de los Alcmeónidas (poderosa familia ateniense, expulsada de Atenas por Pisístrato), se remonta al siglo VII a.C. y fue destruido por un temblor de tierra el año 373 a.C. Después de la Segunda Guerra Sagrada se reconstruyó con las mismas medidas que el anterior, piedra del lugar, con un revestimiento de polvo de mármol, para las columnas y entablamento y piedra negra del Parnaso en el resto. La obra se terminó el 330 a.C. En el museo puede verse una inscripción en la que se recuerda su reconstrucción por el emperador romano Domiciano, en el siglo I d.C.
Al templo se accedía por una rampa, y todavía se puede ver la distribución interior por los cimientos que quedan. Las columnas que están en pie son reconstrucciones actuales con materiales antiguos. En los frontones se narraba la llegada de Apolo a Delfos y Dioniso con las ménades. Por metopas tenía los escudos tomados a los persas en Maratón el 490 a. C. y a los gálatas en el año 279 a.C.
En los muros de la pronaos había inscripciones con máximas de los Siete Sabios de la Grecia antigua: “conócete a ti mismo” o “nada en exceso”. La cella contenía el “ónfalos” u ombligo, que luego veremos en el museo, la fuente Casótide y una estatua de oro de Apolo.
Si seguimos por el lateral derecho del templo llegamos al teatro, uno de los mejor conservados, con capacidad para 5.000 espectadores, que seguramente reemplazó a uno anterior de madera.
Aún más arriba está el estadio. Su primera construcción se remonta al siglo v a.C. Al principio no tenía asientos de piedra, que se construyeron en época del emperador Adriano (siglo II d.C.). A la derecha hay unos nichos que albergaron estatuas. El comienzo y el final de la pista están marcados por dos series de losas con ranuras, en las que se fijaban pies y manos para emprender la carrera. Sus medidas son: 178 metros de longitud por 25,50 metros de anchura; su capacidad es de unos 7.000 espectadores.
Las gradas están separadas de la pista por un podio de 1,30 metros, compuesto de ortostatos y uniones de bronce. La parte norte tiene doce filas de gradas, una con respaldo, y en su parte central hay un gran banco que ocupa la plaza de dos sectores de grada: era el lugar que ocupaban los árbitros y los personajes oficiales. En la parte sur no hay más de seis gradas.
Museo
Ha sido remodelado recientemente, por lo que no podemos especificar lo que hay en cada sala, pero sí las obras que podemos ver. Además de la joya del museo, que, evidentemente, es el famoso “auriga”, tenemos restos de las maravillas que en tiempos poseyó el santuario.
Citaremos las obras más importantes: empezaremos por el famoso “ónfalos”, el ombligo símbolo de que el Santuario era el centro de la tierra, que es una copia en mármol, de época helenística o romana del original; está adornado por una red de bandas de lana que lo recubría, cuyos nudos, ahora en piedra, eran de piedras preciosas con forma de cabezas de Gorgonas. Pausanias lo vio en el templo de Apolo en el siglo II d.C., y fue allí donde se encontró.
Otra obra interesante es la “Esfinge de los naxios”, dedicada al dios por los habitantes de la isla de Naxos el año 560 a.C., época en la que Naxos estaba en su apogeo como potencia hegemónica entre las islas Cícladas. Estaba en lo alto de una columna de 12,10 metros de altura; su cabeza femenina recuerda la de una “kóre” arcaica, con su sonrisa característica, aunque sus demás rasgos son la de un ser monstruoso, con pecho y alas de ave, cuerpo y patas de león. El dedicar una esfinge al santuario tenía el sentido de vigilar el recinto sagrado, como en tiempos había hecho la serpiente Pitón, hijo de la Tierra. Además la esfinge era el símbolo de Naxos. En el último tambor de la columna desaparecida estaba escrito el decreto según el cual los naxios tenían derecho a la “promancia”, esto es, a la prioridad para consultar el oráculo.
La escultura arcaica está representada por dos gigantescos muchachos (“kouroi”), conocidos como Cleobis y Bitón; de 2,16 metros de altura, realizados en mármol. Son de las más antiguas de este tipo, en torno al año 600 a.C. Según el historiador Heródoto, ambos jóvenes eran de Argos, muy ricos y de gran fortaleza física; en una ocasión en la que se celebraba un festival en honor de la diosa Hera, la madre de ellos, sacerdotisa de la diosa, debía ir desde Argos al santuario de Hera. Pero, como los bueyes que debían conducir su carro se retrasaban y pasaba el tiempo, Cleobis y Bitón arrastraron el carro, ocupando el lugar de los bueyes, desde Argos hasta el santuario de Hera, que distaba 8 kms. Su madre, agradecida, pidió a Hera la mejor recompensa posible para sus hijos; y el premio fue que los dos muchachos se durmieron tranquilamente para no despertar. Sus características como obras arcaicas son bien visibles: anatomía apenas insinuada, brazos pegados a los muslos como los antecedentes egipcios, pie izquierdo adelantado, ojos abultados, sonrisa arcaica, el pelo peinado en trenzas simétricas. Pero el artista, cuyo nombre conocemos, Polimedes de Argos, logró el propósito que quería, transmitiéndonos la sensación de fuerza y determinación que animaba a ambos jóvenes.
Entre las obras maestras de la escultura griega, quizá la mejor, a nuestro parecer, están los frisos del Tesoro de los sifnios. La fecha de su ejecución debió ser hacia el año 525 a. C. Parece ser, por las diferencias que se observan entre la decoración escultórica de los cuatro costados del edificio, que intervinieron dos manos diferentes; la que nos interesa ejecutó los frisos norte y este; se observan aún restos de pintura en las figuras y, dentro del arcaísmo evidente, están ya todos los rasgos de la futura gran plástica griega: perfecto estudio anatómico, así como de los pliegues de la ropa, enorme fuerza expresiva (obsérvese el Gigante mordido por uno de los leones que arrastran el carro de Cibeles), minucia en el detalle, que llega al miniaturismo en las figurillas que decoran el brazo del sillón donde se sienta Zeus (un sátiro persiguiendo a una ninfa). En resumen, una obra maestra. El friso norte representa una lucha entre dioses y Gigantes (Gigantomaquia), el friso este, una escena de la guerra de Troya. Los dioses, sentados en el monte Ida, observan la lucha entre griegos y troyanos, comentando entre sí las alternativas del combate. Pueden verse los dioses partidarios de Troya: Ares, con su escudo, Afrodita, Ártemis y Apolo, sentados detrás del trono de Zeus, a quien le falta la cabeza: los peinados, cuidadosamente trabajados, revelan un carácter típico de la religión griega; ningún espectador humano podría apreciar estos detalles, dada la altura a la que se encontraban en el edificio original, pero los dioses sí. Es una maravilla que, por sí sóla, ya justificaría un viaje a Delfos.
En 1.939, cuando ya se consideraba que las excavaciones habían terminado, se halló, bajo la Vía Sacra, un depósito de objetos sagrados a sólo 20 cms. de profundidad: fragmentos de oro, plata, marfil, hierro y terracota mezclados con tierra, carbón y cenizas; tras la restauración de las piezas, se vio que entre ellas había restos de tres estatuas crisoelefantinas (oro y marfil), dos de ellas identificadas como Apolo y su hermana gemela Ártemis, y placas de oro y plata de un toro de tamaño natural, que debían recubrir un cuerpo, perdido, de madera. Igualmente aparecieron multitud de adornos de oro que debían recubrir las estatuas, así como placas de marfil con relieves y un incensario de bronce que sostiene una figura femenina magnífica en sus detalles, que se considera una obra de la isla de Paros del año 450 a.C.
Sin llegar a la enorme calidad de los relieves del tesoro de los sifnios, quedan bastantes metopas de otros tesoros, como el de los sicionios, de alrededor del año 560 a.C.; aparte de que fueron ejecutados en piedra porosa, su estado de conservación no es muy bueno. En una de ellas se ve una escena del viaje de los Argonautas, el rapto de Europa por Zeus, Cástor y Pólux que van armados con dos lanzas en la mano, acompañados de sus primos Idas y Linceo, en el momento de robar unos bueyes en Arcadia.
Mayor interés tienen las metopas del Tesoro de los atenienses, con escenas de la Amazonomaquia, de los Trabajos de Heracles y de las hazañas de Teseo, el héroe ateniense por excelencia. Los miserables restos de los frontones de este tesoro se exponen cerca de las metopas que hemos descrito.
Del grandioso Templo de Apolo queda poquísimo: apenas restos del templo arcaico de los Alcmeónidas, como fragmentos de una Atenea atacando a un gigante, partes de dos caballos, y del que debió ser magnífico frontón, la “epifanía” o aparición de Apolo en su santuario de Delfos, sobre una cuadriga, acompañado por su madre, Letó y su hermana Ártemis; queda también una Níke alada, que fue la acrotera central del templo. En varias vitrinas se exhiben exvotos de bronce dedicados al santuario; destaca un espléndida miniatura de un joven, de época tardía, y una curiosa estatuilla, ésta arcaica, de Odiseo escapando de la cueva de Polifemo agarrado al vientre de un carnero.
Del santuario de Atenea Pronaia, situado a la entrada de Delfos, en un plano inferior al de Apolo, se conservan restos de la decoración que tenía la Tholos, en concreto de los dos frisos dóricos, en mármol de Paros, con escenas de una Amazonomaquia, una Centauromaquia y representaciones de hazañas de Teseo y Heracles. Su estado de conservación es malo; mejor está el altar circular que allí se encontró, y que representa a doce muchachas que, por parejas, cuelgan bandas de lana de una guirnalda.
Daoco II de Farsalia fue tetrarca de los tesalios entre los años 337-332 a.C. Como presidente de la Anfictionía délfica, consagró un exvoto a Apolo en el que se exaltaban los méritos políticos, militares y atléticos de su familia; de esta obra quedan unas cuantas estatuas de gran calidad, como la que representa al luchador Agias, antepasado del oferente.
Sorprendente por su movimiento y modernidad es la magnífica columna de acanto, coronada por tres bailarinas, con un tema totalmente exótico dentro del arte griego. Coronaban la columna de casi 13 metros de altura; con su mano izquierda recogen su corta túnica, mientras que con la derecha marcan un paso de danza; se sabe que tal monumento fue erigido tras el terremoto del año 373 a.C, y una inscripción de la basa nos explica que fue una ofrenda hecha por los atenienses, y que fue dedicado en el decenio del 332 al 322 a.C.
Hay también en el museo huellas de la presencia romana, que algo dejaron, aunque fue más lo que se llevaron: Sila y Nerón, principalmente, llevaron a Roma muchas estatuas broncíneas, hoy perdidas para nosotros. Precisamente los dos magníficos guerreros, conocidos como los de Riace, por el lugar donde se encontraron, en la costa italiana, se dice que procedían de Delfos. Destaca, con mucho, el espléndido Antinoo en mármol de Paros, obra realizada entre 130 y 140 d.C.; este Antinoo fue el favorito del emperador Adriano, uno de los más entusiastas helenistas, que dejó en Atenas monumentos agradeciendo la formación que recibió. Antinoo murió ahogado en el Nilo el año 130 d.C., cuando acompañaba en un viaje a Adriano, y se rumoreó que había dado su vida por él, bien por rescatar un anillo imperial que había caido al río, bien por evitar un mal presagio que amenazaba a su señor. Sea como fuere, Adriano llenó el imperio con estatuas de su favorito, representado con los atributos de todas las divinidades posibles, y que se pueden ver en casi todos los museos del mundo; éste de Delfos es de los mejores, y su autor, desconocido, debió de ser uno de los más célebres de su tiempo.
Tenemos también representaciones infantiles, como la de una niña vestida con un grueso manto y la de un niño que lleva un ganso.
Con todo, la pieza maestra del museo de Delfos es el famoso auriga, parte, según parece, de un grupo escultórico encargado por Polízalo, tirano de Gela, en Sicilia, que venció con sus caballos en los Juegos Píticos del año 478 o 474 a.C. Para conmemorar esta victoria, consagró a Apolo el grupo escultórico en el que estaría el auriga que conservamos, montado sobre un carro, los caballos, y quizá un ayudante que llevaría, tras el triunfo, los caballos a la cuadra. Viste el auriga una larga túnica ceremonial (no olvidemos que los Juegos tenían carácter religioso) ceñida por su parte superior en dos bandas que se recogen detrás; la riqueza de los pliegues sobre el pecho contrasta con la austeridad de los pliegues verticales bajo la cintura. Lo mismo sucede con el contraste entre las mechas de sus sienes y los rizos pegados sobre el cráneo. En su cabeza, ligeramente inclinada, la diadema muestra que ha sido ya coronado por su triunfo; los ojos, hechos de esmalte blanco con dos piedras negras engastadas en él, le dotan de una expresividad poco frecuente en este tipo de obras, ya que, por lo general, los ojos se han perdido. Su excepcional estado de conservación (sólo le falta el brazo izquierdo) se debe a que fue cuidadosamente enterrada por unos devotos fieles de la religión antigua y escapó, por tanto, al fanatismo cristiano del siglo IV d. C., cuando la mayoría de los grandes santuarios de la Antigüedad fueron saqueados y destruidos. Se exponen a su lado otros restos broncíneos encontrados junto a él: fragmentos de las patas de los caballos así como del carro (que sin duda cubría parte de su lado anterior, por lo que nos parece algo desproporcionado) y la mano derecha de un niño. Se han dicho algunas tonterías sobre los caballos perdidos, como que son los que están en lo alto de la catedral de San Marcos, en Venecia; pero ni el estilo coincide ni tampoco el tamaño; lo mismo cabe decir de la afirmación de que fue enterrado por el terremoto del 373 a.C.: no se aprecian en la estatua huellas de los golpes que sin duda habría recibido en tal cataclismo. El autor de la obra nos es desconocido, pero dada la fecha en la que tuvo lugar la victoria, sería algún escultor célebre del primer tercio del siglo V a.C. enmarcado en lo que se denomina “estilo severo” dentro del Primer Clasicismo. Pudieron ser sus autores Pitágoras de Samos o su discípulo, Calamis, que por esas fechas trabajaban, fundamentalmente, en Atenas.
Las excavaciones en Delfos
Para terminar, hay que hacer referencia a que el lugar donde está el santuario fue ocupado, tras su destrucción, por un pueblo que se llamó Castri, cuyos habitantes sin duda utilizaron parte de los materiales para construir sus casas; no fue sino hasta 1870 cuando se decidió, por el estado griego, el traslado de los habitantes de Castri a un nuevo emplazamiento, a poca distancia del lugar arqueológico, el actual pueblo llamado Delfi. Las excavaciones han sido efectuadas, sobre todo, por la Escuela Francesa de Arqueología, que tiene, cerca del santuario, un local en el que se alojan investigadores, tanto arqueólogos como filólogos, que han estudiado, y continúan haciéndolo, las inscripciones de Delfos.
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Aresanos del Ocio
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91.5.59.04.45
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